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El mercado es el origen de las ciudades. Parece ser que las gentes en un principio tenían una vida más rural y se encontraban en el mercado para intercambiar sus excedentes, socializar, interactuar… y parece ser que de allí empezaron a surgir las ciudades.

Va más allá del objeto de esta entrada valorar si esto fue algo positivo o no para el planeta o el ser humano, además porque lo que está hecho, hecho está. Lo que sí me parece interesante es reflexionar sobre el mercado de ahora y el papel de la Capoeira Angola en él.

Resumiendo y dando un salto en el tiempo hacía nuestros días, nos encontramos con una perversión de aquel sano mercado de antaño.

Nos encontramos con un entorno saturado de colores y marcas y falto de sustancia. Sólo podemos encontrar productos, sólo sabemos reconocer el producto y nos relacionamos con él desde un condicionamiento que nos ha confundido hasta la saciedad.

Hace mucho que está perdido el valor real o las verdaderas necesidades de nuestra vida. Se nos ha marcado el camino con indicaciones muy claras para pertenecer a la manada.

Sublimamos el deseo de hacer algo sólo y peculiar en el campo, sentados en un cine abarrotado mirando a un personaje que camina sólo por el campo. Soportamos las contradicciones de nuestro tiempo mirando selectivamente hacía delante o hacia bajo, según el caso. De ahí que nuestra tecnología sea tan asombrosa y haga tan poco por solucionar los retos más importantesde nuestra vida.

Lo que no es lavado con químicos, lo que no es despojado de su naturaleza y dramático para el consumo, no puede ocupar grandes espacios, no puede ser foco de atención de muchos. Ya se encarga la propaganda de marear y el trabajo de cansar.

En este contexto un grupo de Capoeira Angola que sea fiel a su propia raíz es como una flor que crece en el asfalto. Porque su práctica va más allá de la estandarización. Porque sus metas atienden más a lo interior que a lo exterior y sus resultados no pueden ser fácilmente clasificados sino por uno mismo en el mismo momento de la roda.

Es así que en un momento dado pueda salir ganando aquel que lleva la rastrera, que la ancestralidad se manifieste de forma auténtica ya la vez peculiar, que puede o no agradar a la estética del momento y cuyo significado sólo será reconocido por ojos atentos.

Ojos que tradicionalmente los angoleiros reconocemos como ojos de mestre. Más por su tino en reconocer y preservar la belleza de este arte que por sus dotes empresariales.

Es así que en el terreno árido de los intereses y de lo superficial la Capoeira puede representar un oasis de reunión, de superación personal y colectiva y de ver el mundo bajo una perspectiva que es siempre nueva, «trocando a mão pelo pé, o pé pela mão»!